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EL CRÍTICO



CAPÍTULO 5:
LOS KRAMER Y SUS TOSTADAS FRANCESAS

La Bruja me dejó. Se le acabó el enamoramiento y me dejó. Se fue del pueblo a la ciudad para estar más cerca del trabajo y más lejos de mí. En realidad, a ella nunca le había molestado tener que conducir los pocos kilómetros que nos separaban de las bulliciosas y cosmopolitas calles de la capital, por eso creo que sólo lo hizo para estar más lejos de mí. La Bruja se llama Begoña, compartimos edad, casa y matrimonio durante 14 años, cama la mitad de ellos, y una hija adolescente. Lara y una hipoteca son lo único que nos une actualmente.

La Bruja y yo nos divorciamos de mutuo acuerdo. Ella dio el primer paso; yo nunca lo habría dado. No porque estuviera bien, sino porque no me habría atrevido. Soy un conformista, o un cobarde.

He tenido que salir de la redacción de la revista porque la Bruja tiene turno de tarde en el hospital. Es enfermera, por vocación, diría yo; con toda su mala leche sólo podía contribuir a tal malhumorado gremio. Y con ese tono me ha exigido quedar en una cafetería.

   —Tiene que estar destrozada. —dice, en un tono tan dramático que parece actuado.
   —No. Bueno, no sé, lo normal.
   —¿Lo normal? ¿Para ti es normal? —pregunta indignada.
   —Claro que no, pero…
   —Se sentaba con esa chica, Gustavo. ¡Compartían pupitre!
   —No, no. Eso no es así. Iban juntas a clase, sí, pero no tenían mucha relación. Y, de hecho, creo que ya no se llaman pupitres…
   —¡Me importa un bledo cómo se llamen! —me riñe—. ¡Estoy hablando de mi hija!
   —¡Y yo también! Y es nuestra hija.
   —Sí, da igual. El caso es que, nosotros, como padres…

Sigue hablando y desconecto.

«Oh, mierda. Me pone de los nervios. ¿Quién habla tanto a las nueve de la mañana? ¿Cómo puede mover los labios a tal velocidad? La Bruja me genera ansiedad. Tengo hambre… ¿Eso que estoy oliendo son tostadas? Joder, me apetecen tanto… Espera, ¡unas tostadas francesas! Sí, como las de Dustin Hoffman en Kramer contra Kramer… Aunque les salían horribles… Bah, tengo el estómago demasiado vacío como para que me importe. Mi reino por ellas».

   —…de modo que, creo que es lo más sensato. ¿Estás de acuerdo? —concluye.
   —¿Eh? —«¿Qué ha dicho?» —. Eeeh… Sí, claro. Si es lo más sensato, sí. Oye, ¿tienes hambre?
   —Hecho entonces. Le diré que prepare sus cosas y este fin de semana vendré a recogerla.
«¿Qué?».
   —¿Qué?
   —Tienes razón —dice—,  díselo tú.
   —¿El qué? ¿A quién? Begoña, me he perdido.
   —A Lara, Gustavo; se viene unos meses a vivir conmigo.
«¡¿Qué?!».
   —¡¿Qué?!

Y el estómago se me cierra de golpe, y dejo de pensar en Dustin Hoffman para hacerlo en Meryl Streep, pero no como un halago: ¡esta harpía me quiere separar de nuestra hija!

   —En estos momentos la niña necesita alejarse del pueblo. Necesita alguien que la entienda, que la escuche, que la apoye...
«Que la ponga en mi contra…».
   —Y tú, Gustavo —continúa—, me llamas cada vez que tienes que hacer la compra porque no sabes qué cereales le gustan.
«Eso es juego sucio».

Mi cerebro palpita a mil revoluciones, intentando buscar una respuesta que le rebata, pero ella ya se ha terminado su tila y se está colgando el bolso. Ni siquiera ha dejado dinero para pagar, haciendo ver que estoy obligado a invitarla. Parlotea algo sobre Álvaro:

   —Me niego a que mi hija se encuentre con ese delincuente por la calle.
   —¿Y crees que yo no? ¡Ésa no es la manera de protegerla! —grito—. ¡Escúchame, Joanna!

Me mira fijamente con un movimiento rápido de cabeza.

   —¿Joanna? ¿Qué… qué dices?
«Mierda, se me ha escapado».

   —Espera, ¿estabas pensando en alguna película? ¿Es eso? ¡Gustavo, por Dios! ¿Te das cuenta? ¡A esto me refiero! Estás más pendiente de tu trabajo y de tus peliculitas que de tu hija. —Se cuelga el bolso con rabia—. ¡¿Cómo te sentaría a ti que te introdujera una sonda por el pene mientras me hablas?! 
«Pues igual que si no te estoy hablando: mal». Y encima le ha escuchado media cafetería.
   —Díselo. El fin de semana vengo a por ella. Cuídala hasta entonces. ¿Serás capaz?

Y la Bruja se larga montada en su escoba invisible y carcajeando malévolamente en su interior, camino de sondar penes. 

A ver, pregunto: ¿pensar en Dustin Hoffman en este momento, me convierte en mal padre? Él aprendió a compaginar vida laboral y paternal (más que familiar) en una película. Me estoy inspirando. Cada escena estaba pensada para enseñar algo al padre o al hijo en un feedback emocional encomiable. La batalla judicial era un poco melodramática, de lo que se han acabado jactado numerosos telefilms, aunque sin el menor éxito. Quizá la perfección radique en la sencillez con la que se trata el tema, incluyendo apenas subtramas o personajes complejos. Es uno de los dramas más notables de finales de los setenta, ¿por qué no iba a fiarme?

Mi Joanna, que para colmo no tiene ningún parecido con Meryl Streep, quiere apartarme de nuestra hija cuando estoy acostumbrándome a ella. Suena horrible, ¿no? Juro que en mi cabeza parecía mejor.

«No debería haber salido de la redacción. No debería haber quedado con Begoña. No debería haber recordado Kramer contra Kramer. Y sí, debería haber desayunado algo».

Me acerco a la barra y pregunto al camarero:

   —Disculpe, ¿hacen tostadas francesas?
   —¿Tostadas qué?
   —Nada, déjelo.

Y vuelvo a la revista con el estómago vacío y la cabeza revuelta.    


Escrito por Fran Bailén.